domingo, 26 de marzo de 2023

CAPÍTULO CUATRO – el telescopio de la imagen

 





la imagen aparece en nuestra escritura como una cámara de fotografiar con palabras, o dibujar o pintar con palabras

las palabras son esa nave para tele transportarse en el espacio y el tiempo para que al leer VEAMOS  lo que el otro vio –en la realidad o en su imaginación o en una mezcla de las dos-

el imago que está en el origen, en la  etimología de la palabra imagen significa  retrato y también copia y también imitación

cuando la imagen es con palabras es una imitación por transporte, que traducimos en nuestra mente

la frase una ventana con el marco de color amarillo y una cortina roja

ya nos hizo ver a cada uno una versión de esa ventana

como ya veremos la imagen puede tener ingredientes que transmiten cómo podemos re armar esa realidad

vuelvo al ejemplo con agregados

una ventana luminosa con marco de color amarillo y una cortina roja

nos hace ver algo distinto

que

una ventana antigua y abandonada con su marco de color amarillo y una cortina roja

nos hace ver

pero y es una característica de la  escritura literaria

nos hace sentir

la imagen se hace triste o se hace alegre

La idea de imagen poética nos lleva hacia una nueva forma de concebir lo que se experimenta como imagen. En la poesía, la imagen deja de representar un objeto conceptual para sobrepasarlo y ser un objeto nuevo que va más allá de la idea que ya teníamos de él. Esto quiere decir que las mismas palabras que usamos siempre abandonan los sentidos cotidianos. Son capaces de mostrar cosas nuevas, nunca antes sentidas.

la imagen muestra, pero no explica

tomado de por ahí, es asombro:

Frecuentemente, la asociamos con el sentido de la vista, pero lo cierto es que, al escribir un poema, la imagen puede experimentarse con todos los sentidos. ¿Cómo es posible, si no, que la palabra pueda emocionarnos a partir de una imagen que no vemos con los ojos?

 

En este centrarnos en la imagen podemos también hacer una reflexión sobre la lectura: leer es mirar

en un primer plano el más sencillo pero como lo hacemos automáticamente no lo pensamos: leer es mirar una página o papel o pantalla que tenga dibujados estos signos que son las letras y que se agrupan en palabras

el texto en sí es una imagen –como ya veremos otro día también hablando de poesía visual y poesía concreta y caligramas

 

se dice que en poesía:

La aprehensión de todas estas notas dispersas y contradictorias no es obstáculo para que, en el mismo acto, se nos dé el significado de la silla: el ser un mueble, un utensilio. Pero si queremos describir nuestra percepción de la silla, tendremos que ir con tiento y por panes: primero, su forma, luego su color y así sucesivamente hasta llegar al significado. En el curso del proceso descriptivo se ha ido perdiendo poco a poco la totalidad del objeto. Al principio la silla sólo fue forma, más tarde cierta clase de madera y finalmente puro significado abstracto: la silla es un objeto que sirve para sentarse. En el poema la silla es una presencia instantánea y total, que hiere de golpe nuestra atención. El poeta no describe la silla: nos la pone enfrente. Como en el momento de la percepción, la silla se nos da con todas sus contrarias cualidades y, en la cúspide, el significado. Así, la imagen reproduce el momento de la percepción y constriñe al lector a suscitar dentro de sí al objeto un día percibido. El verso, la frase—ritmo, evoca, resucita, despierta, recrea. O como decía Machado: no representa, sino presenta. Recrea, revive nuestra experiencia de lo real. No vale la pena señalar que esas resurrecciones no son sólo las de nuestra experiencia cotidiana, sino las de nuestra vida más oscura y remota.

El poema nos hace recordar lo que hemos olvidado: lo que somos realmente.

La silla es muchas cosas a la vez: sirve para sentarse, pero también puede tener otros usos. Y otro tanto ocurre con las palabras. Apenas reconquistan su plenitud, readquieren sus perdidos significados y valores. La ambigüedad de la imagen no es distinta a la de la realidad, tal como la aprehendemos en el momento de la percepción: inmediata, contradictoria, plural y, no obstante, dueña de un recóndito sentido. Por obra de la imagen se produce la instantánea reconciliación entre el nombre y el objeto, entre la representación y la realidad. Por tanto, el acuerdo entre el sujeto y el objeto se da con cierta plenitud. Ese acuerdo sería imposible si el poeta no usase del lenguaje y si ese lenguaje, por virtud de la imagen, no recobrase su riqueza original. Mas esta vuelta de las palabras a su naturaleza primera —es decir, a su pluralidad de significados— no es sino el primer acto de la operación poética. Aún no hemos asido del todo el sentido de la imagen poética.


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Así, la imagen es un recurso desesperado contra el silencio que nos invade cada vez que intentamos expresar la terrible experiencia de lo que nos rodea y de nosotros mismos. El poema es lenguaje en tensión: en extremo de ser y en ser hasta el extremo. Extremos de la palabra y palabras extremas, vueltas sobre sus propias entrañas, mostrando el reverso del habla: el silencio y la no significación. Más acá de la imagen, yace el mundo del idioma, de las explicaciones y de la historia. Más allá, se abren las puertas de lo real: significación y no—significación se vuelven términos equivalentes. Tal es el sentido último de la imagen: ella misma.

 

Algunos ejemplos de imagen poética:

Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia. 

//

los pájaros dibujan en mis ojos

pequeñas jaulas

Alejandra Pizarnik

libro: Entre la imagen y la palabra

LIBRO: ENTRE LA IMAGEN Y LA PALABRA


CAÍTULO ZAFÓN

Yo quiero que el viento se quede sin valles. Quiero que la noche se quede sin ojos,  y mi corazón sin la flor de oro. (Federico García Lorca)

Es entonces cuando el cielo y yo conversamos con libertad, y así seré útil cuando al fin me tienda: entonces los árboles podrán tocarme por una vez, y las flores tendrán tiempo para mí. (Sylvia Plath)

Tomamos de por ahí un intento de clasificación de las imágenes en relación a los sentidos:

Imágenes visuales: Ayudan a crear una escena visual al lector. Ej.: “El tiempo dentro de una botella / a la deriva / en el centro de un océano sin nombre”.

Imágenes auditivas: Ayudan a crear sensaciones de sonidos en el lector: Ej.: “¿Cruje el paso del fantasma / aunque ya no tenga un cuerpo / o apenas se escucha el viento / de la tierra que arrastra?”.

Imágenes olfativas: Igual que lo anterior, pero con el sentido del olfato. Ej.: “El viento trae el olor del orégano / la certeza / de esta casa vacía”.

Imágenes táctiles: Sobre el sentido del tacto. Ello involucra la sensación de calor, frío, suavidad, dureza, sequedad, humedad, etc. Ej.: “Dormir rodeado de alfombras / de pieles / de telas suaves / ungido en aceites naturales / Despertar igual de reseco / como corteza expuesta al sol”.

Imágenes gustativas: Se refiere la descripción de sabores. Ej.: “Puedo decir que probé tu boca de manzana / y de ello me quedó el amargor de la naranja”.

Imágenes orgánicas: Tratan sobre las sensaciones que nos producen nuestros órganos vitales, como el hambre, la sed, el dolor, la fatiga, el sueño, etc. Ej.: “Se me hunde el estómago / en un naufragio sin rescate / en el vacío de un hambre ancestral”.

Imágenes cinestésicas: Según los distintos especialistas, una imagen cinestésica puede ser la que se ocupa de las sensaciones de movimiento (“Detenido / sin respirar / viajo junto al planeta / junto al sistema solar / No puedo hacer huelga de movimiento”), o de las sensaciones externas al autor (“el triste viento pronto despertó / arrancó las copas de los olmos por despecho”), o de la mezcla de más de un sentido (“Mirar tus ruidos al pasar / respirar los colores de tu amargura”).

 

 

 

 

En narrativa la imagen puede  cumplir esa misma función simbólica.   

Pero también lógicamente un rol en la descripción –que ya trabajaremos-

y también puede ser una manera de contar, como una sucesión de fotografías

1-Ana sentada en el escalón de la calle

2- Carlos en el auto  por una calle vacía

3-  Ana  y Carlos en el auto, escapan de la ciudad

Son secuencias en las que las imágenes pueden dar un clima, un contexto, un marco sentimental y también un ritmo o una velocidad de las cosas

Pensemos la lectura de este fragmento en clave de pensar atención a las imágenes:

“—Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie. Ni a tu amigo Tomás. A Un hombrecillo con rasgos de ave rapaz y cabellera plateada nos abrió la puerta. Su mirada aguileña se posó en mí, impenetrable. —Buenos días, Isaac. Este es mi hijo Daniel —anunció mi padre—. Pronto cumplirá once años, y algún día él se hará cargo de la tienda. Ya tiene edad de conocer este lugar. El tal Isaac nos invitó a pasar con un leve asentimiento. Una penumbra azulada lo cubría todo, insinuando apenas trazos de una escalinata de mármol y una galería de frescos poblados con figuras de ángeles y criaturas fabulosas. Seguimos al guardián a través de aquel corredor palaciego y llegamos a una gran sala circular donde una auténtica basílica de tinieblas yacía bajo una cúpula acuchillada por haces de luz que pendían desde lo alto. Un laberinto de corredores y estanterías repletas de libros ascendía desde la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada de túneles, escalinatas, plataformas y puentes que dejaban adivinar una gigantesca biblioteca de geometría imposible. Miré a mi padre, boquiabierto. Él me sonrió, guiñándome el ojo. —Daniel, bienvenido al Cementerio de los Libros Olvidados. Salpicando los pasillos y plataformas de la biblioteca se perfilaban una docena de figuras. Algunas de ellas se volvieron a saludar desde lejos, y reconocí los rostros de diversos colegas de mi padre en el gremio de libreros de viejo. A mis ojos de diez años, aquellos individuos aparecían como una cofradía secreta de alquimistas conspirando a espaldas del mundo. Mi padre se arrodilló junto a mí y, sosteniéndome la mirada, me habló con esa voz leve de las promesas y las confidencias. —Este lugar es un misterio, Daniel, un santuario. Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte. Hace ya muchos años, cuando mi padre me trajo por primera vez aquí, este lugar ya era viejo. Quizá tan viejo como la misma ciudad. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo existe, o quiénes lo crearon. Te diré lo que mi padre me dijo a mí. Cuando una biblioteca desaparece, cuando una librería cierra sus puertas, cuando un libro se pierde en el olvido, los que conocemos este lugar, los guardianes, nos aseguramos de que llegue aquí. En este lugar, los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo, viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu. En la tienda nosotros los vendemos y los compramos, pero en realidad los libros no tienen dueño. Cada libro que ves aquí ha sido el mejor amigo de alguien. Ahora solo nos tienen a nosotros, Daniel. ¿Crees que vas a poder guardar este secreto? Mi mirada se perdió en la inmensidad de aquel lugar, en su luz encantada. Asentí y mi padre sonrió. —¿Y sabes lo mejor? —preguntó. Negué en silencio. —La costumbre es que la primera vez que alguien visita este lugar tiene que escoger un libro, el que prefiera, y adoptarlo, asegurándose de que nunca desaparezca, de que siempre permanezca vivo. Es una promesa muy importante. De por vida —explicó mi padre—. Hoy es tu turno. Por espacio de casi media hora deambulé entre los entresijos de aquel laberinto que olía a papel viejo, a polvo y a magia. Dejé que mi mano rozase las avenidas de lomos expuestos, tentando mi elección. Atisbé, entre los títulos desdibujados por el tiempo, palabras en lenguas que reconocía y decenas de otras que era incapaz de catalogar. Recorrí pasillos y galerías en espiral pobladas por cientos, miles de tomos que parecían saber más acerca de mí que yo de ellos. Al poco, me asaltó la idea de que tras la cubierta de cada uno de aquellos libros se abría un universo infinito por explorar y de que, más allá de aquellos muros, el mundo dejaba pasar la vida en tardes de fútbol y seriales de radio, satisfecho con ver hasta allí donde alcanza su ombligo y poco más. Quizá fue aquel pensamiento, quizá el azar o su pariente de gala, el destino, pero en aquel mismo instante supe que ya había elegido el libro que iba a adoptar. O quizá debiera decir el libro que me iba a adoptar a mí. Se asomaba tímidamente en el extremo de una estantería, encuadernado en piel de color vino y susurrando su título en letras doradas que ardían a la luz que destilaba la cúpula desde lo alto. Me acerqué hasta él y acaricié las palabras con la yema de los dedos, leyendo en silencio.”

De El cementerio de los libros olvidados, de Carlos Luis Zafón


LIBRO ZAFON


En ocasiones, volviendo a la poesía, la potencia del poema está en la enumeración de imágenes:

  ¿Qué has visto hijo mío
de los ojos azules?
¿Qué has visto mi pequeño
querido?
Vi un niño recién nacido con lobos salvajes
a su alrededor;
Vi una carretera de oro sin nadie
en ella
Vi una rama negra con sangre
que seguía cayendo
Vi un cuarto lleno de hombres
con martillos ensangrentados
Vi una blanca escala toda cubierta
de agua
Vi diez mil conversadores con las lenguas
todas rotas
Vi revólveres y espadas filosas en las manos
de pequeñuelos
Y es una fuerte, fuerte, fuerte, fuerte,
Y es una fuerte lluvia la que va a caer

Bob Dylan

 

Como cuadros vivos entre la percepción y la imaginación, las imágenes nos recorren todo el tiempo. Las imágenes hechas con palabras tienen infinitas posibilidades de ser. En la fotografía todos vemos el mismo árbol verde. En la frase el árbol verde y tenebroso todos estamos viendo ese árbol creado a la forma de la mente de cada uno.

Termino con este poema de Federico García Lorca y su versión musicalizada, imágenes que cantan:

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del "Te quiero siempre".

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.





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