en otras partes del bestiario de escrituras hemos abordado por distintos caminos el asunto de
cómo encontrar disparadores y motivaciones, semilleros de ocurrencias,
inspiración, detonadores para que se nos aparezca algún desafío de escritura
el binomio fantástico es un juego-concepto propuesto por
Gianni Rodari en su Gramática de la fantasía, libro que ya hemos citado y
compartido
consiste en empezar con el azar
juntar dos palabras por azar y explotar o dejar que explote
el universo que surge de esa reunión inesperada_
aquí textual del propio Rodari:
Esto se produce porque la imaginación no es una facultad
cualquiera separada de la mente: es la mente misma, en su conjunto, que aplicada
a una actividad o a otra, se sirve siempre de los mismos procedimientos. Y la
mente nace en la lucha, no en la quietud. Ha escrito Henry Wallon, en su libro
«Los orígenes del Pensamiento en el Niño», que el pensamiento se forma en
parejas. La idea de «blando» no se forma primero ni después que la idea de
«duro», sino que ambas se forman contemporáneamente, en un encuentro generador:
«El elemento fundamental del pensamiento es esta estructura binaria y no cada
uno de los elementos que la componen. La pareja, el par son elementos
anteriores al concepto aislado.» Así tenemos que «en el principio era la
oposición».
Del mismo parecer se
nos muestra Paul Klee cuando escribe, en su «Teoría de la forma y de la
figuración», que el concepto es imposible sin su oponente. No existen conceptos
aislados, sino que por regla son «binomios de conceptos». Una historia sólo
puede nacer de un «binomio fantástico». «Caballo-perro» no es un auténtico
«binomio fantástico».
Es una simple
asociación dentro de la misma clase zoológica. La imagen asiste indiferente a
la evocación de los dos cuadrúpedos. Es un arreglo de tercera categoría que no
promete nada excitante. Es necesaria una cierta distancia entre las dos
palabras, que una sea suficientemente extraña a la otra, y su unión
discretamente insólita, para que la imaginación se ponga en movimiento,
buscándoles un parentesco, una situación (fantástica) en que los dos elementos
extraños puedan convivir. Por este motivo es mejor escoger el «binomio
fantástico» con la ayuda de la «casualidad».
Las dos palabras
deben ser escogidas por dos niños diferentes, ignorante el primero de la
elección del segundo; extraídas casualmente, por un dedo que no sabe leer, de
dos páginas muy separadas de un mismo libro, o de un diccionario. Cuando era
maestro, mandaba a un niño que escribiera una palabra sobre la cara visible de
la pizarra, mientras que otro niño escribía otra sobre la cara invisible. El
pequeño rito preparatorio tenía su importancia. Creaba una expectación. Si un
niño escribía, a la vista de todos, la palabra «perro», esta palabra era ya una
palabra especial, dispuesta para formar parte de una sorpresa, a formar parte
de un suceso imprevisible. Aquel «perro» no era un cuadrúpedo cualquiera, era
ya un personaje de aventura, disponible, fantástico. Le dábamos la vuelta a la
pizarra y encontrábamos, pongamos por caso, la palabra «armario», que era
recibida con una carcajada. Las palabras «ornitorrinco» o «tetraedro» no
habrían tenido un éxito mayor. Ahora bien, un armario por sí mismo no hace reír
ni llorar. Es una presencia inerte, una tontería. Pero ese mismo armario,
haciendo pareja con un perro, era algo muy diferente. Era un descubrimiento,
una invención, un estímulo excitante.
He leído, años después, lo que ha escrito Max Ernst para
explicar su concepto de «dislocación sistemática». Se servía justamente de la
imagen de un armario, el pintado por De Chirico en medio de un paisaje clásico,
entre olivos y templos griegos. Así «dislocado», colocado en un contexto
inédito, el armario se convertía en un objeto misterioso. Tal vez estaba lleno
de vestidos y tal vez no: pero ciertamente estaba lleno de fascinación. Viktor
Slokovsky describe el efecto de «extrañeza» (en ruso «ostranenije») que Tolstoi
obtiene hablando de un simple diván en los términos que emplearía una persona
que nunca antes hubiese visto uno, ni tuviera idea alguna sobre sus posibles
usos. En el «binomio fantástico» las palabras no se toman en su significado
cotidiano, sino liberadas de las cadenas verbales de que forman parte
habitualmente. Las palabras son «extrañadas», «dislocadas», lanzadas una contra
otra en un cielo que no habían visto antes. Es entonces que se encuentran en la
situación mejor para generar una historia.
Llegados a este punto, tomemos las palabras «perro» y
«armario». El procedimiento más simple para relacionarlas es unirlas con una
preposición articulada. Obtenemos así diversas figuras: el perro con el armario
el armario del perro el perro sobre el armario el perro en el armario etcétera.
Cada una de estas situaciones nos ofrece el esquema de algo fantástico.
1. Un perro pasa por
la calle con un armario a cuestas. Es su casita, ¿qué se le va a hacer? La
lleva siempre consigo, como el caracol lleva su concha. Es aquello de que sarna
con gusto no pica.
2. El armario del
perro me parece más bien una idea para arquitectos, diseñadores o decoradores
de lujo. Es un armario especialmente ideado para contener la mantita del perro,
los diferentes bozales y correas, las pantuflas antihielo, la capa de borlitas,
los huesos de goma, muñecos en forma de gato, la guía de la ciudad (para ir a
buscar la leche, el periódico y los cigarrillos a su dueño). No sé si podría
contener también una historia.
3. El perro en el armario, a ojos cerrados, es una
posibilidad más atractiva. El doctor Polifemo regresa a casa, abre el armario
para sacar su batín, y se encuentra con un perro. Inmediatamente se nos
presenta el desafío de hallar una explicación a esta aparición. Pero la
explicación no es tan urgente. Resulta más interesante, de momento, analizar de
cerca la situación. El perro es de una raza difícil de precisar. Tal vez es un
perro de trufas, tal vez es un perro de ciclámenes. ¿De rododendros...? Amable
con todo el mundo, mueve alegremente la cola y saluda con la patita, como los
perros bien educados, pero no quiere saber nada de salir del armario, por más
que el doctor Polifemo se lo implore. Más tarde, el doctor Polifemo va a tomar
una ducha y se encuentra otro perro en el armarito del baño. Hay otro en el
armario de la cocina, donde se guardan las ollas. Uno en el lavavajillas. Uno
en el frigorífico, medio congelado. Hay un caniche en el compartimiento de las
escobas, y hasta un chihuahua en el escritorio. Llegado a este punto, el doctor
Polifemo podría muy bien llamar al portero para que le ayudase a rechazar la
invasión canina, pero no es esto lo que le dicta su corazón de cinófilo. Por el
contrario, corre a la carnicería para comprar diez kilos de filete para
alimentar a sus huéspedes. Cada día, desde entonces, compra diez kilos de
carne. Y así comienzan sus problemas. El carnicero comienza a sospechar. La
gente habla. Nacen los rumores. Vuelan las calumnias. Aquel doctor Polifemo...
¿no tendrá en casa algunos espías atómicos? ¿No estará haciendo experimentos
diabólicos con todos aquellos filetes y bistecs? El pobre doctor pierde la
clientela. Llegan soplos a la policía. El comisario ordena una investigación en
su casa. Y así se descubre que el doctor Polifemo ha soportado inocente tantos
problemas por amor a los perros. Etcétera
. La historia, en este punto, es sólo «materia prima».
Trabajarla hasta el producto acabado sería el trabajo de un escritor, y lo que
aquí nos interesa es poner un ejemplo de «binomio fantástico». El disparate
debe permanecer como tal. Ésta es una técnica que los niños llegan a dominar
con facilidad, con no poca diversión, como yo mismo he podido comprobar en tantas
escuelas de Italia. El ejercicio bien entendido tiene una gran importancia de
la que hablaremos más adelante, pero sin olvidar la alegría que proporciona. En
nuestras escuelas, hablando generalmente, se ríe demasiado poco.
La idea que la educación de la mente deba ser una cosa
tétrica es de las más difíciles de combatir. Alguna cosa sabía Giacomo Leopardi
cuando escribía, en su Zibaldone, el 1. ° de agosto de 1823: «La más bella y
afortunada edad del hombre, que es la niñez, es atormentada de mil modos, con
mil angustias, temores, fatigas de la educación y de la instrucción, tanto que
el hombre adulto, incluso si se encuentra en la infelicidad..., no aceptaría
volverse niño si había de pasar por todo lo que en su niñez ya pasó.»
como vemos, son muchos los conceptos
explorando una de las fuentes que menciona, el artista surrealista
Max Ernst expresa:
El collage
según Ernst
Max Ernst definía el collage como “la explotación sistemática de
la coincidencia casual, o artificialmente provocada, de dos o más realidades de
diferente naturaleza sobre un plano en apariencia inapropiado […] y el chispazo
de la poesía, que salta al producirse el acercamiento de esas
realidades”.
el surrealismo de hecho toma como precepto esa reunión que
encuentra en un texto de Lautreamont (Isidore Ducasse)
Hay una frase célebre con la que solemos identificar al
conde de Lautréamont (o Isidore Ducasse, o Maldoror, o todo eso junto, o nada
de eso plenamente), y es una asociación entre algo bello y “el encuentro
fortuito sobre una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas”. Y
esa misma frase, que ha servido como base a la inspiración surrealista por
encontrar belleza en lo forzoso
En el Manifiesto del surrealismo (1924),
André Breton señala que para él “la imagen más fuerte es aquella que contiene
el más alto grado de arbitrariedad, aquella que más tiempo tardamos en traducir
al lenguaje práctico”, por contener una enorme dosis de contradicción; y cita
la siguiente frase de Los cantos de Maldoror, a modo de ejemplo:
“Bello como la ley que detiene el desarrollo del pecho de los adultos cuya
propensión al crecimiento no guarda la debida relación con la cantidad de
moléculas que su organismo produce”. De hecho, la prosa ducasseana está plagada
de estas fórmulas disparatadas. Tal vez la más famosa sea la utilizada en el
último canto para referirse a un adolescente al que considera bello “como el
encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser, sobre una mesa de
disección”.
También podemos encontrar un eco de una sensación poética
que había descrito antes Baudelaire en su poema Correspondencias:
La Natura es un templo donde vívidos pilares
dejan, a veces, brotar confusas palabras;
el hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.
Como prolongados
ecos que de lejos se confunden
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad,
los perfumes, los colores y los sonidos se responden.
Hay perfumes
frescos como carnes de niños,
suaves cual los oboes, verdes como las praderas,
y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,
que tienen la
expansión de cosas infinitas,
como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,
que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.
Según Baudelaire el poeta es
un hombre con algo de divino, capaz de descifrar "el bosque de
símbolos" en que vivimos, las "confusas palabras" que nos
rodean, y de establecer esas relaciones, o correspondencias, entre
perfumes, colores y sonidos. Para Baudelaire, lo importante es
la sensación, la sinestesia o equivalencia
sensorial, la superposición de sentidos.
La correspondencia ad infinitum entre
las cosas más dispares. Por eso el mejor camino para expresar ese sensacionismo que
postula es el lenguaje poético, y de él, sobre todo, el símbolo,
la metáfora y la comparación. La poesía es
la luz de la intuición. Ella es capaz de percibir las correspondencias entre
cosas separadas, tan diferentes para las personas normales -los no-poetas- que
ni siquiera las perciben como similares o comparables. Para Baudelaire,
el éxtasis místico es el trance poético, la divina
inspiración. Y este trance le lleva a comprender, más allá de las diferencias
entre cosas disímiles del mundo terrenal, la profunda unidad del
universo: "los perfumes, los colores y los sonidos se responden",
dice en su poema.
son esas cosas más dispares las que se reúnen en nuestro
juego de binomios fantásticos, reuniones por azar, de alguna manera también
magnetismos y magias que surgen en las palabras en el momento de la escritura y
que no se explican por nuestra mirada racional cotidiana y utilitaria de la
realidad
entremos entonces a jugar a ese reino…
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