el tiro
del final te va a salir
hay una
fuerza extraña muchas veces en el último verso de un poema, la última frase de
un relato
puede
ser que el autor lo haya buscado o que sale como un efecto “natural” del cuerpo
anterior
cuando
en otros capítulos reflexionamos acerca del ritmo y la musicalidad también econtramos
una relación con ese cierre que a veces es musical es una especie de “chan…
chán!” como de una canción
con el
agregado de que ese cierre musical coincide con una vuelta de tuerca en el
sentido y el significado
pensemos
en este ejemplo de Quevedo:
AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me
llevare el blanco día,
y podrá desatar esta
alma mía,
hora a su afán
ansioso lisonjera;
—
mas no, de esotra
parte en la ribera,
dejará la memoria,
en donde ardía:
nadar sabe mi llama
la agua fría,
y perder el respeto
a ley severa.
—
Alma a quien todo un
dios prisión ha sido,
venas que humor a
tanto fuego han dado,
medulas que han
gloriosamente ardido,
—
su cuerpo dejará, no
su cuidado;
serán ceniza mas
tendrá sentido;
polvo serán, mas
polvo enamorado.
fijarse en la fuerza
de ese último verso en los dos planos: el musical y el de darle un
sentido trascebdente –y casi hacer una síntesis- de todo tl texto
en la poesía y el formato poema encontramos ese artefacto
cerrado y conciso (que de muchas maneras también puede romperse) donde el
último verso es una especie de tác
llave de cierre, conclusión, después de allí sigue el
silencio pero no un silencio vacío sino ese silencio que el lector experimenta
en el efecto que deja su lectura
si ensayamos una clasifiación rápida y simple el poema puede
tener uno de esos versos que cierra contundente o puede ser una respiración
abierta, una simple interrupción o hasta dejar a propósito para inquietar al
lector un sabor de inconcluso
En nuestras estructuras mentales cognitivas tendemos a
buscar el cierre en la forma
se me vienen muchos poemas por sus finales, uno de mis
favoritos es de Hermann Hesse
Así está nuestro corazón
lealmente entregado,
fraternalmente a lo fugaz,
la vida, lo que mana,
no a lo que, sólido, posee duración.
Pronto lo permanente nos fatiga, joyas,
roca y mundo estrellado,
a nosotros, en el eterno cambio a la deriva,
almas de viento y pompas de jabón,
al tiempo unidos, y fugaces,
a quienes el rocío de una hoja rosa,
a quienes el cortejo de unas aves,
la muerte del espejo de las nubes,
el brillo de la nieve, el arco iris,
la mariposa que voló, nosotros,
a quienes el sonido de una risa
que al pasar nos rozara
nos parece una fiesta
o nos causa dolor. Amamos todo aquello
que nos es semejante, y entendemos
lo que el viento escribe sobre la arena.
Además en este caso
el título del poema es Lo escrito en la arena, lo que da una circularidad en el
hecho de que el último verso remita al título
otro es este soneto
de Leopoldo Marechal
Del amor navegante
Leopoldo Marechal
Porque no está el Amado
en el Amante
Ni el Amante reposa en
el Amado,
Tiende Amor su velamen
castigado
Y afronta el ceño de la
mar tonante.
Llora el Amor en su
navío errante
Y a la tormenta libra
su cuidado,
Porque son dos: Amante
desterrado
Y Amado con perfil de
navegante.
Si fuesen uno, Amor, no
existiría
Ni llanto ni bajel ni
lejanía,
Sino la beatitud de la
azucena.
¡Oh amor sin remo, en
la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de
la rosa!
Con el número Dos nace
la pena.
con respecto a los procedimientos para dar con ese último
verso personalmente creo que en el juego del poema se da algo que es más
intuitivo que racional, en algún punto ese último verso ya estaba cuando
empezamos a plasmar la primar palabra
claro que se puede también buscar, experimentar, corregir si
el efecto final no nos convence pero aún ese “convencimiento” en la corrección es
muy personal y en algún punto intuitivo, ligado a la propia historia de
escritura
en cuento a la narrativa la frase final puede dar un cierre “dorado” a la
historia, consumar un relato e incluso cambiarle todo el sentido
uno de los finales memorables es el de Don Segundo Sombra:
Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños
hechos, di vuelta mi caballo y, lentamente, me fui para las casas.
Me fui, como quien se desangra
Son finales que quedan en la memoria. Esos libros que uno
lamenta que se hayan terminado.
Una novela de Sartre, El aplazamiento (de Los caminos de la
libertad):
Deladier, Édouard Deladier, del partido radical socialista,
ministro y jefe del gobierno francés en aquel momento, dijo entre dientes
“¡’Qué imbéciles!”.
Por otra parte TENER FINAL
es algo que diferencia a la vida humana nuestra de los libros y las
películas y demás. Claro que tenemos final pero es incierto no suele ser con la
estructura de un relato, por más que podamos tener la fantasía de tener
preparadas nuestras “ultimas palabras”
En el siguiente artículo encontré reflexiones interesantes:
…Patricia Somoza en el Diccionario de la
novela de Macedonio Fernández: “El problema del final ha sido básico para
la conformación de la teoría de la novela. Desde allí define Lukács la historia
del género: el final, responsable del sentido, es también fundamento de la
forma. A Bajtín, en cambio, el final le permite diferenciar la novela de la
épica: mientras que la épica puede acabar de manera arbitraria por representar
un pasado clausurado, en la novela el final se constituye en problema; el
interés por saber qué va a pasar y cómo va a concluir todo es característico de
este género, que abreva en lo inacabado del presente y especula con el no
saber. Macedonio participa, a su modo, de este debate: durante cuarenta años
escribe una novela interminable, infinita, inconclusa, mal terminada o
‘sin final’; y, por eso, antinovelística. En Museo de la Novela de la
Eterna todo está contado para que nadie espere el final. Allí no hay
sorpresas, el sentido no se cierra al terminar. El lector no tiene expectativa
del desenlace, sólo espera continuar con la lectura, y que el final, esa muerte
simulada, no llegue nunca. Macedonio le ofrece un relato en presente, un tiempo
no narrativo, el tiempo de la escritura que es pura duración”. Maravillosa
ambigüedad del lenguaje: “todo está contado para que nadie espere el final”. Es
el famoso “no esperaba que terminara así…”. Pero acá está dicho en otro sentido,
claro: no esperar el final porque no tiene importancia; renunciar al sentido
dado por el cierre, por las últimas palabras, por las últimas acciones. Como en
el final kafkiano por excelencia, la resolución puede tomar la forma de una
postergación eterna o infinita. Y eso, también, es un final.
Cuando al punto final de los finales
Pablo De Santis, además de ser autor de un bello texto sobre
los comienzos titulado “Todo comienzo esconde un arte”, escribió una novela
magnífica que es a la vez un gran tratado ficcional sobre la finalización,
sobre las conclusiones: El buscador de finales –con el
inolvidable Míster Chan-Chan–. Allí escribía: “Había que aceptar los finales,
como se aceptaban los principios”. Y uno de los personajes decía: “Es que el
final lo es todo”, y señalaba un cartel (o cartel-poema) que había en la
redacción en la que trabajaba, que rezaba:
EL FINAL, AMIGO, ¿LO VES?
ES LO QUE VIENE DESPUÉS
DEL HABÍA UNA VEZ
A mí me gustan los finales cerrados, y la pregunta que
cabría hacerse es: ¿a quién no? (Ya sé que hay muchos a los que no les
gustan, era un chiste). Pero que no parezca, por favor, que estoy
despotricando contra el policial ni contra ninguna otra forma de “suspenso” o
de relato, cualquiera que sea, que construye su trama apuntando al
desenlace.
Y otras de nuestras fantasías es “cambiar el final” ya sea
de la vida o de una película o serie o relato.
Gianni Rodari tiene uno de sus clásicos para niños “Cuentos
para jugar” en el que cada cuento tiene tres finales posibles para que el
lector elija el que más le gusta. Recién al final del libro el autor refiere
cuáles son los finales que a él le gustan.
ahora revelar un final se le dice spoilear:
Este viene del latín spoliare (despojar, desnudar,
arrebatar) a partir del sustantivo spolium (en origen, piel o pellejo de un
animal de la que se tira desprendiéndola para pelarlo). De ahí derivamos las palabras expolio
y despojar. Se asocia a una raíz indoeuropea *spel- (rajar, desprender).
Bueno ahora me cuesta llegar a la frase final de este
capítulo. Como cazadores de palabras, atrapadores y atrapados por ellas,
también somos y seremos buscadores de finales, estaremos inquietos hasta la
llegada de ese último verso, de esa especie de revelación que nos permite
asentar ese pequeñito pero poderoso último punto de tinta y descansar.
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