domingo, 16 de abril de 2023

Capítulo 7 –Viajar en el tiempo (hacia atrás)

 




(viajar hacia adelante lo veremos cuando abordemos ciencia ficción)

En este cosmos viajar en el espacio es viajar en el tiempo

viajar con la imaginación y el sentir

y la mente

y recordando

 

La memoria es:

“es la capacidad mental que posibilita a un sujeto registrar, conservar y evocar las experiencias (ideas, imágenes, acontecimientos, sentimientos, etc.). El Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española la define así: «Facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado»”

En tanto que el recuerdo es:

“Al hacerlo descubrimos que emana del latín, y más exactamente del vocablo recordari, que estaba compuesto por el prefijo re-, que es equivalente a “de nuevo”, y cordis, que es sinónimo de corazón.

Un recuerdo es la memoria que se hace de algo que ya ha pasado o de lo que ya se habló. El término también se usa para nombrar al aviso o comentario sobre lo pasado.”

Y también una palabra hermosa es evocar:

El acto de evocar implica recordar algún suceso del pasado o a una persona. Por lo general se evocan acontecimientos o individuos que dejaron una huella en aquel que recuerda. Un anciano, por citar un caso, puede evocar su adolescencia cuando se reúne con amigos de aquella época.”

Escribir un recuerdo, o escribir un texto tomando como punto de partida un recuerdo nos transporta, nos lleva en un viaje de vuelta

hay un “volver ahí” que puede volverse tan intenso como imposible

llegamos a eso, lo evocado, con piezas del rompecabezas faltantes que vamos re inventando –todo recuerdo tiene mucho de invento- para suplir esos huecos, lo borrado

Hemos mencionado algunas veces al pasar como el famoso fragmento de la magdalena en En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust como un momento en el que un sabor y un aroma hacen viajar en el tiempo:

 

“Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria no sobrevive nada y todo se va disgregando!; las formas externas —también aquélla tan grasamente sensual de la concha, con sus dobleces severos y devotos—, adormecidas o anuladas, habían perdido la fuerza de expansión que las empujaba hasta la conciencia. Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.

 

Proust plantea el tema de la naturaleza involuntaria de los recuerdos. El narrador se sitúa en un momento de su infancia para explicar cómo un estímulo sensorial puede provocar la aparición de recuerdos muy intensos.

Elegimos nuestros recuerdos o se eligen solos? –preguntas similares nos podemos hacer acerca de nuestros sueños-

Un poema surrealista para traer a cuento es Hechos memorables de René Daumal



Hechos Memorables




Acuérdate de tu padre y de tu madre, y de tu primera mentira cuyo indiscreto olor se arrastra por tu memoria.
Acuérdate de tu primer insulto a los que te engendraron: la semilla del orgullo quedó sembrada, resplandeció la fisura quebrando la unidad de la noche.
Acuérdate de los anocheceres de terror en los que el pensamiento de la nada te arañaba el vientre, y volvía sin cesar para picotearte como un buitre; acuérdate también de las mañanas de sol en el cuarto.
Acuérdate de la noche de liberación en la que, al caer tu cuerpo suelto como un velamen, respiraste un poco del aire incorruptible; acuérdate también de los animales pegajosos que te han vuelto a aprisionar.
Acuérdate de las magias, de los venenos y de los sueños tenaces –querías ver, te tapabas ambos ojos para ver, pero no sabías abrir el otro.
Acuérdate de tus cómplices y de los fraudes en común y de ese gran deseo de salir de la jaula.
Acuérdate del día en que desgarraste la tela y te apresaron vivo, inmovilizado ahí mismo en la batahola de bataholas de las ruedas que giran sin girar, contigo adentro, cogido siempre por el mismo instante inmóvil, repetido, repetido, y el tiempo no daba sino una vuelta, todo giraba en tres sentidos innumerables, el tiempo se cerraba al revés (y los ojos de carne sólo veían un sueño, sólo existía el silencio devorador, las palabras eran pieles secas, y el ruido, el sí, el ruido, el no, el alarido visible y negro de la máquina te negaba), el grito silencioso "Yo soy" que el hueso oye, por el cual muere la piedra, por el cual cree morir lo que nunca fue. Y tú no renacías a cada instante sino para ser negado por el gran círculo sin límites, todo pureza, todo centro, todo pureza salvo tú mismo.
Y acuérdate de los días que siguieron, cuando marchabas como un cadáver hechizado, con la certidumbre de ser devorado por el infinito, de ser aniquilado por la existencia única de lo Absurdo.
Y acuérdate sobre todo del día en que querías arrojarlo todo, de cualquier modo. Pero un guardián vigilaba en tu noche, vigilaba mientras dormías, te hizo tocar tu propia carne, te hizo recordar a los tuyos, te hizo recoger tus andrajos.
Acuérdate de tu guardián.
Acuérdate del hermoso espejismo de los conceptos, y de las palabras conmovedoras, palacio de espejos construido en un sótano. Y acuérdate del hombre que vino y lo rompió todo, te tomó con su tosca mano, te arrancó de tus sueños y te obligó a sentarte sobre las espinas del pleno día. Y acuérdate de que no sabes recordar.
Acuérdate de que todo se paga, acuérdate de tu felicidad, pero cuando te trituraron el corazón, era ya demasiado tarde para pagar por adelantado.
Acuérdate del amigo que te tendía su razón para recoger tus lágrimas brotadas de la fuente helada que violaba el sol de primavera.
Acuérdate de que el amor triunfó cuando ella y tú supisteis someteros a su fuego ansioso, rogando morir en la misma llama.
Pero acuérdate de que el amor no es de nadie, de que en tu corazón de carne no hay nadie, de que el sol no pertenece a nadie, ruborízate al contemplar el cenagal de tu corazón.
Acuérdate de las mañanas en que la gracia era como una vara amenazadora que te conducía, sumiso, a través de tus jornadas, ¡bienaventurado el ganado bajo el yugo!
Y acuérdate de que entre sus dedos entumecidos tu pobre memoria dejó escapar el pez de oro.
Acuérdate de los que te dicen: acuérdate. Acuérdate de la voz que te decía: no caigas. Y acuérdate del placer equívoco de la caída. Acuérdate, pobre memoria mía, de las dos caras de la medalla. Y de su metal único".


de “ Poésie noire, poésie blanche”, 1945.

 

 

 

Pero más allá de ese mandato poético que nos hace el poema, está lo que surge solo o lo que surge cuando digo “me acuerdo”

Y eso remite a un ejercicio que han hecho escritores muy lúdicos como Joe Brainard, George Perec y el argentino Martín Kohan

 

sobre el libro de Perec:

Cada uno de los 480 recuerdos de este libro emite una luz fulgente, aunque, como sucede con algunas estrellas, el foco de la que nace ya no existe en el presente en el que Perec los enumera. Somos testigos del imaginario de su infancia: los juegos, las evocaciones del liceo y los momentos que comparte con su primo Henri. Lo vemos pasear rodeado de cines que hoy ya no existen y de supermercados que se han instalado allí donde antes se proyectaban historias, interpretadas por muchos de los actores que son también protagonistas del recuerdo. El mapa físico de Francia, con sus estaciones de metro y bulevares, convive con el político: por las páginas de Me acuerdo se pasean generales nacionales y extranjeros, escándalos políticos, guerras y capitulaciones. Durante los años 50, Perec estudió Sociología e Historia en La Sorbona, por lo que no resulta extraño toparse con estudios que afirman que estas disciplinas tuvieron un gran impacto en su obra literaria. También es relevante el hecho de que, desde 1961 y hasta la fecha de publicación de Me acuerdo, trabajara como archivero en el laboratorio de investigación neurofísica del hospital Saint-Antoine. Esta labor, en la que la recogida de datos era una práctica diaria para Perec, se da la mano con la sistemática enumeración de detalles significativos que compone la médula espinal de Me acuerdo.

Fragmento :

22 Me acuerdo de que un día mi primo Henri visitó una fábrica de tabaco y se trajo un cigarrillo del tamaño de cinco unidos.

 23 Me acuerdo de que, después de la guerra, no había ni chocolate vienés ni de Lieja, y de que, durante mucho tiempo, los he confundido.

 24 Me acuerdo de que el primer microsurco que escuché fue el Concierto para oboe y orquesta de Cimarosa.

25 Me acuerdo de un vigilante del internado que era corso y se llamaba Flack (como la D. C. A. alemana[7]).

26 Me acuerdo de los High Life y de los Naja


 

Acerca de Brainard:

Joe Brainard era tan polifacético que él mismo parecía uno de sus propios collages. Más conocido como artista que como escritor, suinclasificable libro Me acuerdo se consideró una obra excepcional desde su irrupción en 1970 en el panorama literario de Estados Unidos. Su impacto fue tal que, años después, Georges Peres escribió su Je me soubiens bajo el modelo de Brainard, yse lo dedicó a éste. La fórmula es tan simple que escritores como Ron Padgett, poeta y gran amigo de Brainard, se preguntaron: "¿Por qué no se nos habrá ocurrido a nosotros una idea tan elemental ?". Su original forma, basada en un repetición casi de mantra, recoge más de mil evocaciones que empiezan con las palabras Me acuerdo. Se trata de frases, en su mayoría breves, que activan unresorte en la mente al rescatar imágenes con las que han crecido varias generaciones de todo el mundo. Una entrañable mirada a lo más íntimo de la vida de Brainard y un retrato de la cultura y del imaginario popular del Estados Unidos de los cuarenta y los cincuenta

Fragmento:

Me acuerdo de cuando un niño me dijo que las hojas agrias con forma de trébol que solíamos comernos (con florecitas amarillas) tenían unsabor tan agrio porque los perros se meaban encima.

Me acuerdo de que eso no impidió que siguiese comiéndolas.

 Me acuerdo del primer dibujo que recuerdo haber hecho. Era una novia con un vestido con la cola muy larga. Me acuerdo de mi primer cigarrillo. Era de la marca Kent. En una colina. En Tulsa, Oklahoma. Con Ron Padgett.

Me acuerdo de mis primeras erecciones. Creía que tenía alguna horrible enfermedad o algo parecido. Me acuerdo de la única vez que he visto a mi madre llorar. Me estaba comiendo una tarta de albaricoque

LIBRO COMPL BRAINARD


En 1970 el escritor estadounidense Joe Brainard publica un libro titulado Me acuerdo, una colección de frases cortas e imágenes que van conformando una especie de autobiografía muy particular. Cada párrafo comenzaba con la frase “Me acuerdo…”, y lo que rememoraba podían ser cosas de la vida cotidiana o hasta reflexiones sobre el estado del mundo. Y esto es antes de que existiera Twitter.

La idea no podía sino gustarle George Perec, el escritor francés que formó parte del grupo OULIPO (Taller de literatura potencial), que hacía experimentaciones con la escritura cumpliendo alguna consigna determinada: desde una letra a repetir constantemente hasta seguir una especie de ecuación matemática. Así que en 1978 retoma la idea y publica Me acuerdo: cosas comunes.

Ahora Es el turno de Martín Kohan, que en un nuevo libro publicado por Ediciones Godot que se puede conseguir en versión digital, se pone también a ejercitar la memoria y la escritura con una regla fija: enumerar recuerdos.

Narrar memoria es la cosa que menos me interesa en el universo, en cambio enumerar recuerdos me sedujo.

pero traté de no condicionar, justamente, no solo no los busqué sino que me propuse no buscar ningún recuerdo que tuviese una carga de sentido determinada por ninguna razón –política o social o lo que fuera–, sino dar lugar a los recuerdos como fueran viniendo, con las características que tienen: algunos son importantes, otros son totalmente banales, algunos pueden significar muchísimo para mí y para los demás nada, otros puede ser muy significativos para otros y quizás no tanto para mí, sin embargo si me lo acuerdo, lo puse… Pero sí claramente no tener la premeditación de decir “bueno, que entre algo de lo social, que entre algo de la dimensión política de esos años”, y cuando el recuerdo venía, aparecía tal escena, me acordaba de algo, estar especialmente alerta para esta clase de recuerdos, para que entraran si legítimamente habían había llegado a mí: tal recuerdo de tal situación política del mismo modo que el teléfono de Néstor Frenkel. O sea, tenía que tenía que tener el mismo derecho de ingreso al texto y no pensar “bueno, acá hay que poner un poco más de tal cosa o tal otra”. Solo entra con el sentido que de que me acuerdo de eso.

 

El comentario de Kohan nos da una luz acerca de despegar este ejercicio de otra experiencia parecida pero diferente que es la autobiografía, el diario, las memorias

Es como jugar a momentos casi de tarjeta postal, reecontrarse intensamente con sensaciones, colores, emociones, paisajes, pensamientos, alegrías y enojos, etc

con la libertad de escribirlos y al escribir en ese mismo juego libre ir descucbriendo qué matices tiene nuestra manera de recordar, tan personal de cada persona, que es lo que internamente hemos “elejido” guardar y tener como recordable

es muy posible y muy frecuente que en estas experiencias de escribir aparezcan cosas y detalles que no sabíamos que recordábamos, una de las sorpresas y motivos para lanzarnos a este ejercicio

que también puede convertirse llegado el caso en literatura: ser la semilla de un cuento, una novela, una obra de teatro un poema y varios etcéteras


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