(viajar hacia adelante lo veremos cuando abordemos ciencia ficción)
En este cosmos viajar en el espacio
es viajar en el tiempo
viajar con la imaginación y el
sentir
y la mente
y recordando
La memoria es:
“es la capacidad mental que
posibilita a un sujeto registrar, conservar y evocar las experiencias (ideas,
imágenes, acontecimientos, sentimientos, etc.). El Diccionario de la
Lengua de la Real Academia Española la define así: «Facultad psíquica por medio
de la cual se retiene y recuerda el pasado»”
En tanto que el recuerdo es:
“Al hacerlo descubrimos que emana
del latín, y más exactamente del vocablo recordari, que estaba
compuesto por el prefijo re-, que es equivalente a “de nuevo”,
y cordis, que es sinónimo de corazón.
Un recuerdo es
la memoria que se
hace de algo que ya ha pasado o de lo que ya se habló. El término también se
usa para nombrar al aviso o comentario sobre lo pasado.”
Y también una palabra hermosa es
evocar:
“El acto de evocar implica recordar algún suceso del pasado o a una persona. Por lo general se evocan acontecimientos o individuos que
dejaron una huella en aquel que recuerda. Un anciano, por citar un caso, puede
evocar su adolescencia cuando se reúne con amigos de aquella época.”
Escribir un recuerdo, o escribir un texto tomando como punto
de partida un recuerdo nos transporta, nos lleva en un viaje de vuelta
hay un “volver ahí” que puede volverse tan intenso como
imposible
llegamos a eso, lo evocado, con piezas del rompecabezas
faltantes que vamos re inventando –todo recuerdo tiene mucho de invento- para
suplir esos huecos, lo borrado
Hemos mencionado algunas veces al pasar como el famoso fragmento
de la magdalena en En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust como un
momento en el que un sabor y un aroma hacen viajar en el tiempo:
“Y de pronto el
recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía
Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los
domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la
hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no
me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había
visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de
aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes; ¡quizá porque de
esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria no sobrevive
nada y todo se va disgregando!; las formas externas —también aquélla tan
grasamente sensual de la concha, con sus dobleces severos y devotos—,
adormecidas o anuladas, habían perdido la fuerza de expansión que las empujaba
hasta la conciencia. Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando
han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más
vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el
sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas
de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme
del recuerdo.
Proust plantea el tema de la naturaleza involuntaria de los recuerdos. El narrador
se sitúa en un momento de su infancia para explicar cómo un estímulo sensorial puede provocar la
aparición de recuerdos muy intensos.
Elegimos nuestros recuerdos o se
eligen solos? –preguntas similares nos podemos hacer acerca de nuestros sueños-
Un poema surrealista para traer a
cuento es Hechos memorables de René Daumal
Hechos Memorables
Acuérdate de tu padre y de tu madre, y de tu primera mentira cuyo indiscreto
olor se arrastra por tu memoria.
Acuérdate de tu primer insulto a los que te engendraron: la semilla del orgullo
quedó sembrada, resplandeció la fisura quebrando la unidad de la noche.
Acuérdate de los anocheceres de terror en los que el pensamiento de la nada te
arañaba el vientre, y volvía sin cesar para picotearte como un buitre;
acuérdate también de las mañanas de sol en el cuarto.
Acuérdate de la noche de liberación en la que, al caer tu cuerpo suelto como un
velamen, respiraste un poco del aire incorruptible; acuérdate también de los
animales pegajosos que te han vuelto a aprisionar.
Acuérdate de las magias, de los venenos y de los sueños tenaces –querías ver,
te tapabas ambos ojos para ver, pero no sabías abrir el otro.
Acuérdate de tus cómplices y de los fraudes en común y de ese gran deseo de
salir de la jaula.
Acuérdate del día en que desgarraste la tela y te apresaron vivo, inmovilizado
ahí mismo en la batahola de bataholas de las ruedas que giran sin girar,
contigo adentro, cogido siempre por el mismo instante inmóvil, repetido,
repetido, y el tiempo no daba sino una vuelta, todo giraba en tres sentidos
innumerables, el tiempo se cerraba al revés (y los ojos de carne sólo veían un
sueño, sólo existía el silencio devorador, las palabras eran pieles secas, y el
ruido, el sí, el ruido, el no, el alarido visible y negro de la máquina te
negaba), el grito silencioso "Yo soy" que el hueso oye, por el cual
muere la piedra, por el cual cree morir lo que nunca fue. Y tú no renacías a
cada instante sino para ser negado por el gran círculo sin límites, todo
pureza, todo centro, todo pureza salvo tú mismo.
Y acuérdate de los días que siguieron, cuando marchabas como un cadáver
hechizado, con la certidumbre de ser devorado por el infinito, de ser
aniquilado por la existencia única de lo Absurdo.
Y acuérdate sobre todo del día en que querías arrojarlo todo, de cualquier
modo. Pero un guardián vigilaba en tu noche, vigilaba mientras dormías, te hizo
tocar tu propia carne, te hizo recordar a los tuyos, te hizo recoger tus andrajos.
Acuérdate de tu guardián.
Acuérdate del hermoso espejismo de los conceptos, y de las palabras
conmovedoras, palacio de espejos construido en un sótano. Y acuérdate del
hombre que vino y lo rompió todo, te tomó con su tosca mano, te arrancó de tus
sueños y te obligó a sentarte sobre las espinas del pleno día. Y acuérdate de
que no sabes recordar.
Acuérdate de que todo se paga, acuérdate de tu felicidad, pero cuando te
trituraron el corazón, era ya demasiado tarde para pagar por adelantado.
Acuérdate del amigo que te tendía su razón para recoger tus lágrimas brotadas
de la fuente helada que violaba el sol de primavera.
Acuérdate de que el amor triunfó cuando ella y tú supisteis someteros a su
fuego ansioso, rogando morir en la misma llama.
Pero acuérdate de que el amor no es de nadie, de que en tu corazón de carne no
hay nadie, de que el sol no pertenece a nadie, ruborízate al contemplar el
cenagal de tu corazón.
Acuérdate de las mañanas en que la gracia era como una vara amenazadora que te
conducía, sumiso, a través de tus jornadas, ¡bienaventurado el ganado bajo el
yugo!
Y acuérdate de que entre sus dedos entumecidos tu pobre memoria dejó escapar el
pez de oro.
Acuérdate de los que te dicen: acuérdate. Acuérdate de la voz que te decía: no
caigas. Y acuérdate del placer equívoco de la caída. Acuérdate, pobre memoria
mía, de las dos caras de la medalla. Y de su metal único".
de “ Poésie noire, poésie blanche”, 1945.
Pero más allá de ese mandato poético
que nos hace el poema, está lo que surge solo o lo que surge cuando digo “me
acuerdo”
Y eso remite a un ejercicio que han
hecho escritores muy lúdicos como Joe Brainard, George Perec y el
argentino Martín Kohan
sobre el libro de Perec:
Cada uno de los 480 recuerdos de
este libro emite una luz fulgente, aunque, como sucede con algunas estrellas,
el foco de la que nace ya no existe en el presente en el que Perec los enumera.
Somos testigos del imaginario de su infancia: los juegos, las evocaciones del
liceo y los momentos que comparte con su primo Henri. Lo vemos pasear rodeado
de cines que hoy ya no existen y de supermercados que se han instalado allí
donde antes se proyectaban historias, interpretadas por muchos de los actores
que son también protagonistas del recuerdo. El mapa físico de Francia, con sus
estaciones de metro y bulevares, convive con el político: por las páginas de Me
acuerdo se pasean generales nacionales y extranjeros, escándalos políticos,
guerras y capitulaciones. Durante los años 50, Perec estudió Sociología e
Historia en La Sorbona, por lo que no resulta extraño toparse con estudios que
afirman que estas disciplinas tuvieron un gran impacto en su obra literaria.
También es relevante el hecho de que, desde 1961 y hasta la fecha de
publicación de Me acuerdo, trabajara como archivero en el laboratorio de investigación
neurofísica del hospital Saint-Antoine. Esta labor, en la que la recogida de
datos era una práctica diaria para Perec, se da la mano con la sistemática
enumeración de detalles significativos que compone la médula espinal de Me
acuerdo.
Fragmento :
22 Me acuerdo de que un día mi primo
Henri visitó una fábrica de tabaco y se trajo un cigarrillo del tamaño de cinco
unidos.
23 Me acuerdo de que, después de la guerra, no
había ni chocolate vienés ni de Lieja, y de que, durante mucho tiempo, los he
confundido.
24 Me acuerdo de que el primer microsurco que
escuché fue el Concierto para oboe y orquesta de Cimarosa.
25 Me acuerdo de un vigilante del
internado que era corso y se llamaba Flack (como la D. C. A. alemana[7]).
Acerca de Brainard:
Joe Brainard era tan polifacético que él mismo parecía uno
de sus propios collages. Más conocido como artista que como escritor,
suinclasificable libro Me acuerdo se consideró una obra excepcional desde su
irrupción en 1970 en el panorama literario de Estados Unidos. Su impacto fue
tal que, años después, Georges Peres escribió su Je me soubiens bajo el modelo
de Brainard, yse lo dedicó a éste. La fórmula es tan simple que escritores como
Ron Padgett, poeta y gran amigo de Brainard, se preguntaron: "¿Por qué no
se nos habrá ocurrido a nosotros una idea tan elemental ?". Su original
forma, basada en un repetición casi de mantra, recoge más de mil evocaciones
que empiezan con las palabras Me acuerdo. Se trata de frases, en su mayoría
breves, que activan unresorte en la mente al rescatar imágenes con las que han
crecido varias generaciones de todo el mundo. Una entrañable mirada a lo más
íntimo de la vida de Brainard y un retrato de la cultura y del imaginario
popular del Estados Unidos de los cuarenta y los cincuenta
Fragmento:
Me acuerdo de cuando un niño me dijo
que las hojas agrias con forma de trébol que solíamos comernos (con florecitas
amarillas) tenían unsabor tan agrio porque los perros se meaban encima.
Me acuerdo de que eso no impidió que
siguiese comiéndolas.
Me acuerdo del primer dibujo que recuerdo
haber hecho. Era una novia con un vestido con la cola muy larga. Me acuerdo de
mi primer cigarrillo. Era de la marca Kent. En una colina. En Tulsa, Oklahoma.
Con Ron Padgett.
Me acuerdo de mis primeras
erecciones. Creía que tenía alguna horrible enfermedad o algo parecido. Me
acuerdo de la única vez que he visto a mi madre llorar. Me estaba comiendo una
tarta de albaricoque
En 1970 el escritor estadounidense Joe Brainard publica un
libro titulado Me acuerdo, una colección de frases cortas e
imágenes que van conformando una especie de autobiografía muy particular. Cada
párrafo comenzaba con la frase “Me acuerdo…”, y lo que rememoraba podían ser
cosas de la vida cotidiana o hasta reflexiones sobre el estado del mundo. Y
esto es antes de que existiera Twitter.
La idea no podía sino gustarle George Perec, el escritor
francés que formó parte del grupo OULIPO (Taller de literatura potencial), que
hacía experimentaciones con la escritura cumpliendo alguna consigna
determinada: desde una letra a repetir constantemente hasta seguir una especie
de ecuación matemática. Así que en 1978 retoma la idea y publica Me
acuerdo: cosas comunes.
Ahora Es el turno de Martín Kohan, que en un nuevo libro
publicado por Ediciones Godot que se puede conseguir en versión digital, se
pone también a ejercitar la memoria y la escritura con una regla fija: enumerar
recuerdos.
Narrar memoria es la cosa que menos me interesa en el
universo, en cambio enumerar recuerdos me sedujo.
pero traté de no condicionar, justamente, no solo no los
busqué sino que me propuse no buscar ningún recuerdo que tuviese una carga de
sentido determinada por ninguna razón –política o social o lo que fuera–, sino
dar lugar a los recuerdos como fueran viniendo, con las características que
tienen: algunos son importantes, otros son totalmente banales, algunos pueden
significar muchísimo para mí y para los demás nada, otros puede ser muy
significativos para otros y quizás no tanto para mí, sin embargo si me lo
acuerdo, lo puse… Pero sí claramente no tener la premeditación de decir “bueno,
que entre algo de lo social, que entre algo de la dimensión política de esos
años”, y cuando el recuerdo venía, aparecía tal escena, me acordaba de algo,
estar especialmente alerta para esta clase de recuerdos, para que entraran si
legítimamente habían había llegado a mí: tal recuerdo de tal situación política
del mismo modo que el teléfono de Néstor Frenkel. O sea, tenía que tenía que
tener el mismo derecho de ingreso al texto y no pensar “bueno, acá hay que
poner un poco más de tal cosa o tal otra”. Solo entra con el sentido que de que
me acuerdo de eso.
El comentario de Kohan nos da una luz acerca de despegar
este ejercicio de otra experiencia parecida pero diferente que es la
autobiografía, el diario, las memorias
Es como jugar a momentos casi de tarjeta postal,
reecontrarse intensamente con sensaciones, colores, emociones, paisajes, pensamientos,
alegrías y enojos, etc
con la libertad de escribirlos y al escribir en ese mismo
juego libre ir descucbriendo qué matices tiene nuestra manera de recordar, tan
personal de cada persona, que es lo que internamente hemos “elejido” guardar y
tener como recordable
es muy posible y muy frecuente que en estas experiencias de
escribir aparezcan cosas y detalles que no sabíamos que recordábamos, una de
las sorpresas y motivos para lanzarnos a este ejercicio
que también puede convertirse llegado el caso en literatura:
ser la semilla de un cuento, una novela, una obra de teatro un poema y varios
etcéteras
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