a veces
al escribir el tema da la forma y otras la forma da el tema
es
lindo cómo juegan las palabras con nosotros en ese sentido
la
realidad cotidiana de cada día nos va un poco domesticando los sentidos con la costumbre
y una
de las cosas a través de las cuales escapamos de esa jaulita –además del arte-
es
viajar
al
viajar ya vemos las calles con otros ojos,
percibimos
distinto el tiempo,
otros
olores.
además
de tantas historias contenidas en el por qué viajamos, hacia dónde
con qué
deseo
un arte
de la escritura, y un elemento a tomar a mano es casi un arte postal y crónica
que es
escribir diarios de viaje
a veces
tienen formato de carta: le estoy contando a alguien
“Llegué
a Cañuelas, lo imaginaba más pequeño, no sabés que lindo el barcito frente a la
plaza”
A veces
casi turístico:
“Al
llegar a Godoy Cruz se puede apreciar la cordillera de los andes y un parador
con ricas degustaciones”
pero
aquí lo que interesa es la parte interna, lo que nos pasa con los viajes
tomado
de por ahí, literaturas diversas de la historia que tienen viaje:
Homero, La
Odisea
Kavafis, K. Itaca
Calvino, I. Las
ciudades invisibles
Baricco, A. Seda
Huart, H. Viajera
crónica
Enriquez, E. Alguien
camina sobre tu tumba
Theroux, P. El viejo
expreso de la Patagonia
Bradbury, R. Crónicas
marcianas
Saint Exupery, A. El
principito
Rojas, R. Archipiélago. Tierra
del Fuego
un interesante artículo nos plantea lo siguente:
Pero vuelvo
a preguntarme: ¿cómo escribir una crónica de viaje hoy, cuando ya hemos visto
decenas de programas de viajes en la televisión y de películas ambientadas en
casi cualquier lugar, y cuando las guías nos dicen en detalle qué ruta seguir
en cualquier ciudad y qué autobús tomar en el aeropuerto y cuánto nos costará
un café con leche o una pinta de cerveza en un suburbio cualquiera, y cuando
todos más o menos sabemos, o creemos saber, cómo viven los nativos de Samoa,
los obreros de Shanghai, los aristócratas monegascos y los campesinos de
Nicaragua?
Una vez
escuché a alguien contar que, cuando iba a conocer las Cataratas del Iguazú, se
preguntó cómo hacer para ver ese
espectáculo por primera vez, más allá de todas las imágenes que había visto en
fotos o por televisión. Su método fue tratar de ponerse mentalmente en la piel
de un conquistador español que hubiera llegado hasta allí sin tener mucha idea
de con qué se encontraría y que, tras seguir el rastro de un ruido descomunal,
corriera unos matorrales con la mano y viera, de pronto, esa maravilla. Yo
mismo, cuando visité las Cataratas años después, traté de utilizar la misma
técnica. Sin embargo, todo aquello me pareció tan imponente que no necesité de
tretas mentales. La experiencia me resultó, en sí misma, extraordinaria.
En el fondo,
es de eso de lo que se trata: de la experiencia. Y el relato trata de
transmitir el sentido de esa experiencia. Un sentido que no se construye a
partir de las cosas que se pueden hacer en un lugar, como las que apunta una
guía turística o un programa de viajes en televisión, ni un listado de las
cosas que se han hecho, como representa el casi siempre tedioso álbum de fotos
que los que vuelven muestran a sus familiares y amigos. Ese sentido tiene que
ver con la capacidad de los viajes de —como dice una canción de Ismael Serrano—
traer a otros vistiendo nuestros cuerpos. Si las crónicas de viaje han de
seguir existiendo, ese seguirá siendo su objetivo. Igual que en tiempos de la
Odisea.
4
Me planteo
todos estos cuestionamientos porque acabo de hacer un viaje y me pregunto cómo
escribir, si es posible, si tiene sentido, una crónica. Estuve en un pueblito
de mil habitantes, en el norte de la provincia de Santa Fe, Argentina. Fueron
varios días en un mundo distinto, alejado del mío en el espacio y, en cierto
modo, también en el tiempo. Unos cuantos de esos mil habitantes pertenecen a la
misma familia que yo. Entre ellos mi abuela, que en realidad no vive en el
pueblo, sino en una casita en las afueras. En medio del monte. No tiene luz
eléctrica, ni agua corriente, ni gas, ni por supuesto teléfono. Tiene cerdos y
gallinas y chivos y una cocina a leña y un cielo nocturno atiborrado de
estrellas. Mi abuela cumplió 90 años. Hubo una fiesta, que reunió a unas
sesenta personas. Fue todo muy divertido y muy emotivo.
Unos días
después de la fiesta, una nena del pueblo, que tiene cuatro años y es hija de
un primo mío, me contó con absoluta seriedad que en el monte vive un dinosaurio
amarillo que come niñas y que por eso ella tiene que andar con mucho cuidado.
Me recordó a las crónicas de ciertos viajeros de siglos atrás que, por ganar la
atención de los demás, juraban haber visitado lugares remotos y visto allí
monstruos feroces o magias terribles. Pero también me quedé pensando en la
seriedad y la sinceridad con la que esa nena me transmitió sus sensaciones. Las
lecciones para la escritura se pueden encontrar en los lugares más extraños.
Sin embargo me gusta agregar que en la crónica de viaje
siempre siempre y por suerte hay algo de invención: no somos una cámara que
filma sino un cuento
ninguno de nosotros contaría lo mismo de un viaje a Mar del
Plata, ni aunque fueramos juntos el mismo día
para alguno será volver al lugar donde estudió
para otro donde vivía un pariente
para otro ver todo por primera vez
para otro estar ahí sin ganas, preocupado por otras cosa
y infinitos ect.
un formato es el cuaderno de bitácora
la defi de wiki es simpática:
La bitácora es un instrumento que se fijaba
a la cubierta de las embarcaciones, cerca del timón, para facilitar la
navegación en océanos desconocidos. Se trata de un mueble empernado (fijado) en
el techo del puente de una embarcación que contiene un
compás magnético, sujeto mediante suspensión cardán a fin de contrarrestar el
sincronismo transversal y longitudinal del buque. En su exterior lleva la
denominada línea de fe que debe estar alineada con el centro del buque o línea
de crujía. En su interior se colocan imanes para contrarrestar el campo
magnético terrestre. En los costados del cubichete, hay dos esferas de hierro
dulce, para anular el desvío producido por el hierro del propio buque y hacer
uniforme el campo magnético que rodea a la aguja náutica con objeto de lograr
que, en todo momento, señale el norte magnético.
Antiguamente, cuando los buques carecían de puente de mando
cubierto, solía guardarse en el interior de la bitácora el, llamado, cuaderno de bitácora para preservarlo de
las inclemencias del tiempo. Aunque el nombre se ha popularizado en los últimos
años a raíz de su utilización en diferentes ámbitos, el cuaderno de trabajo o
de bitácora ha sido utilizado desde siempre. Hoy en día se denomina diario de
navegación y, en él, se anotan todos los hechos ocurridos durante la guardia de
navegación.
pero más allá de toda fórmula y ejemplos
hay planos posibles como:
escribir en el momento como una crónica
escribir un viaje recordado
suele ser una escritura de la percepción y los sentidos,
pero como dijimos antes todo depende de
la historia y el contexto que hace a ese viajar
darnos cuenta de que todo viajar es viajar en el tiempo
contar paisajes
ciudades
lugares
rutas
a veces como un ensueño
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